Un cambio abrupto, un extremo pasa a ser solo un recuerdo, el otro toma la posta y se hace presente con firmeza, añoranzas y aprendizajes se funden para recrear momentos únicos, personajes fuera de serie, amoldados a mano y esculpidos por la propia naturaleza, paisajes intermitentes, destellos de paz, alteraciones urbanas, simples sonrisas, un mirar hacia el cielo entonando lo que una vez fue, la frente tira hacia delante, las adversidades de un futuro incierto, los moldes van cubriendo la persona, para que el agua se torne calmo nuevamente, del oleaje solo quedan los zumbidos de su danza, imponentes, majestuosos picos se alzan en el horizonte, espolvoreados con azúcar impalpable, azúcar que promete convertirse en crema con el correr de los días, el termómetro siente timidez, actúa sin demasiados sobresaltos, el entorno cambiante sacude la estabilidad lograda, un poco de adrenalina fluye por las venas, es el cambio constante que lo mantiene despierto, una mochila en la espalda, pero a la vez a nada se aferra demasiado, un salpicón de aquello, y un poquito de esto, enriquecedoras experiencias van tomando formas, se van tallando en la memoria, lo pasajero, lo veloz, lo solitario, la compañía, el encanto, la simple marca de las agujetas del reloj, un reloj que por momentos corre de prisa y por momentos queda sin energía, una arena se desliza, de un bulbo a otro, la prisa o lentitud está en quién lo mira, y lo importante que ese reloj es su vida, cuánto más mire al objeto más lento pareciese que pase el tiempo, por ende más vida tiene, pero lo cierto es que, cuanto más mire al reloj menos estará viviendo, decide al fin no mirar las agujetas, sino ese espacio completarlo con un recorrido, entre sustancias y situaciones, placeres y desengaños, es así que su vida será infinita, o hasta que la arena lo decida, pero siempre con un tic-tac marcado por la felicidad encontrada, por el simple hecho de recorrer sin preocupaciones, y tallar a su medida lo que la vida le depara.
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